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Somos un grupo de personas, (dando voz a un selecto grupo) los cuales inspirados en los personajes más grandes de nuestra historia, vamos a externar opiniones de este presente que duele, pero que estamos seguros puede mejorar. El objetivo general lo dice el nombre de nuestro blog: CONSPIRAR. Pero será una conspiración del siglo XXI, una conspiración que no se geste en la oscuridad ni bajo el secreto necesario. Lejos de mantener nuestro trabajo oculto, estará visible ante todo el mundo, al alcance de un clic. Daremos un sentido positivo a nuestra conspiración, porque esa es la única manera de poder cambiar; proponer y no sólo quejarse. De ese objetivo general se irán desprendiendo varios objetivos específicos, entre los cuales el hilo conductor será un vigoroso amor a la historia.

miércoles, 29 de febrero de 2012

De los múltiples usos y nobles utilidades de la Historia

                                                                                                   @BerthaHistoria

Esta vez el querido Benito Juárez arroja el guante con malicia: me plantea una pregunta, una provocación que, a estas alturas del partido, ya ha dado para escribir libros, sostener abigarrados alegatos y protagonizar estridentes agarrones: ¿para qué sirve la historia? Incluso, podría llevarse la pregunta insidiosa hasta el extremo de plantearnos como problema si, efectivamente, la Historia sirve de algo.
Pocas disciplinas del conocimiento  han sido objeto de tantas ambiciones y complots como ha ocurrido con la Historia. Ello habla de su noble naturaleza: ha servido a los propósitos más torcidos y perversos de la especie humana, pero también a los anhelos de algunos nuestros mejores  congéneres.
Esa dúctil y noble naturaleza ha propiciado cualquier cantidad de polémicas en torno a los usos y utilidades de la investigación sobre el pasado para conocerlo mejor, que en términos muy elementales, es de lo que se trata la Historia. No es de extrañar que, todavía, en algunos seminarios de posgrado, se arme una batahola cuando algún canijo, con ánimos de inocente anarquismo, se atreva a soltar la granada en medio del gallinero y afirme: “al fin y al cabo, la Historia no es una ciencia”. Entonces habrá que sacar las sales, pues no falta alguno que se desmaye de la impresión; habrá que guardar cuanto objeto haya que pueda servir como arma punzocortante o contundente, pues habrá algún otro que se sienta ofendido y quiera retar a duelo al provocador y escarbarle la masa encefálica en cumplido desquite. No están para saberlo, pero alguna vez tuve que llamar a la paz y a la concordia, casi a empujones, antes de que una enfurecida historiadora arremetiera a bofetadas contra un colega que se había atrevido a soltar la herejía de marras.
El intentar dilucidar qué es eso de la Historia es el paso previo para determinar para qué sirve. Si entendemos que la historia es esa actividad, analítica y sistematizada, que pretende indagar sobre los acontecimientos del pasado y ofrecer explicaciones sobre ellos, entenderemos, muy probablemente, porqué algunos le atribuyen algunas utilidades muy concretas; otros niegan que sirva para maldita la cosa, y algunos más piensan que sin la historia seríamos una especie ínfima, miserable y sin raíces. Yo comparto la primera y la tercera actitudes con respecto a la historia.
¿Para qué, pues, sirve la historia? Para muchas cosas, “buenas” y “malas”, torcidas o derechas, limitadas o grandiosas. Ensayemos una respuesta pragmática: si soy un político, del partido que sea, y tengo un conocimiento más o menos sólido del pasado, podré generar, para mi discurso proselitista, una serie de recursos que me darán solidez como personaje público; llevarán agua a mi molino, porque podré impresionar al respetable con mis conocimientos exactos y rigurosos, y hasta podré ningunear a mi contrincante electoral porque es un ignorante. Nada malo para una tarde de campaña.
Pero si soy un reportero, “saber historia”, así de amplio e indefinido, podría evitar que caiga en las trampas o en los discursos retóricos de un político que sabe o que al menos aparenta saber del pasado de la comunidad en la que se mueve; me permitirá ubicar en un contexto adecuado al desvergonzado candidato que se proclama descendiente ideológico de Benito Juárez, de José María Morelos o de Lázaro Cárdenas, o me permitirá desenmascarar al bocón que jura que si el bueno de don Benito viviera, sería de filiación panista. Para que vean qué útil puede ser que un periodista conozca del pasado. En el último de los casos, no sólo beneficia al reportero en cuestión, sino a nosotros, sus vict… digo, a sus amables lectores. A veces es el desconocimiento del pasado el que nos permite leer perlas brutales en los informativos de todo pelaje.
Sería ingenuo pensar que el manejo del conocimiento histórico, en cualquier ámbito, es inocente. Pero entre eso, y afirmar que todo lo que nos han enseñado en diversas instituciones de educación, desde la más elemental hasta la más elevada, es una perversa conspiración para mantenernos en la oscuridad y la ignorancia, hay un enorme trecho. Ciertamente, puede haber, y las hay, “perversas” conspiraciones para hacer uso político de la historia, centradas usualmente en la que llamamos “historia política”, pero ni son tan ocultas que no las advirtamos –nada más hay que leer los periódicos- ni son tan abundantes como algunos recelosos creen ver. Es más, ni siquiera son tan “perversas”: se explican por ese concepto movedizo que nos regaló Marx sin el andamiaje terminado: ideología.
Hacer como que no existen estos usos de la historia política no los hará desaparecer. Un conocimiento de ese mismo pasado, más amplio y más riguroso, puede servir muy bien de vacuna contra las manipulaciones, y dejaremos por ignorante al pequeño estratega. Por eso es importante, de manera adecuada a cada segmento social, procurar y trabajar una buena difusión del saber que, a la fecha, investigadores rigurosos y sólidos, han producido. Como escribió Luis González, hacer historia para los ancianitos, para los niños, para las amas de casa. Que ese “para qué” de la Historia rebase el ámbito de la vida política y se interne y dote de nuevas texturas a ese mundo entrañable que es el de nuestro propio devenir personal.
Porque aquí entra esa otra actitud ante la Historia, que enriquece la existencia del género humano. El desarrollo de diversas líneas de investigación del quehacer académico muestra que hay mucho, mucho más que la “historia política”, ya bastante raspada por los siglos, por las polémicas y por las batallas de acusaciones cruzadas, donde siempre se queda atrapada y descalificada. Algunas clasificaciones muy amplias, como en su momento fue la “historia de las mentalidades”, o la historia económica, o la historia cultural, o la historia de la vida cotidiana, sirven para designar a un trabajo de investigación cuyas aportaciones son tan valiosas como las de su hermana más longeva; que nos permiten saber porqué nos comportamos como nos comportamos; por qué nos vestimos como nos vestimos, porqué nos enamoramos como nos enamoramos, porqué comemos lo que comemos.  Con las huellas que se rescatan del pasado, gracias al ejercicio estas vertientes temáticas, adoptadas por muchos y profesionales historiadores, podemos explicar nuestras costumbres, nuestros miedos, nuestros duelos y nuestros odios.
Desde que Herodoto se  aplicó a la escritura de los Nueve Libros de la Historia,  enunció el propósito que, hasta la fecha, a muchos nos habla no solamente de las motivaciones del buen señor, sino del impulso vital de la vida colectiva: no permitir que los hechos relevantes del pasado se desvanezcan en el vértigo de los días y los años.
Como algo hemos aportado a través de los siglos, “relevantes” ya no solamente quiere decir “grandiosos”; y ahora ya es muy claro que el “para qué” de la Historia tampoco está en el beneficio de conocer “muchos datos” o sabernos de memoria la línea del tiempo. Está en la forma en que recuperamos las enseñanzas del pasado y las hacemos parte de nuestra vida, para hacer frente a candidatos, periodistas, escritores y “desmitificadores” profesionales.  Está en la forma en que amamos nuestra comunidad, en la manera de generar conocimiento y en el modo de proteger a nuestros niños.
Recuperamos el pasado para que no se pierda la memoria de los grandes y pequeños días que hemos vivido; conservamos la relación de los hechos, públicos y privados, para que no olvidemos, porque olvidar, es también, caer en el desamparo de la ignorancia de nosotros mismos.

1 comentario:

  1. Una maravilla tu entrada Bertha, qué bueno que aún nos cobijen plumas tan maravillosas como la tuya. Un abrazo!

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