En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas
de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres
y en las cuales se orientan mejor con menos luces.
Gabriel García Márquez.
¿Sientes el frío, Antonio? Hoy penetra más, hasta los huesos.
Siento sus miradas, pareciera que desvarío al hablar contigo, justo como tu desde hace algunos años.
Me puse a pensar en el “hubiera” ¿Recuerdas a esa muchachita, Concepción Velasco? Con quien te hubieras casado si no hubiese sido porque su padre la casó con su primo para salvarla de ti. Si eso no hubiera pasado, tu y yo no estaríamos compartiendo éste momento juntos.
Desde pequeña supe de ti, nací en la capital, el centro de todo. Recuerdo a mis padres, Bonifacio Tosta y Manuela Gómez, mi vida de niña tan acomodada a su lado. Ya más grande, notaba que todas las jovencitas, incluida yo, claro, moríamos por ti, lucías tan guapo cuando montabas a caballo…
Recuerdo que tiempo antes de contraer nupcias contigo hiciste una fiesta a la cual invitaste a toda mi familia. Usabas una pierna artificial con una bota Napoleónica que mandaste traer de París, me la mostraste y me dijiste: Lo que hago por ti Doloritas. ¿Recuerdas Antonio?
Nuestra boda fue inusual, Antonio. Se realizó cuarenta días después de la muerte de Doña Inés, tu primera esposa. Tu ni si quiera estuviste presente, enviaste al Alcalde Cañedo en tu representación, quien discutía con el General Canalizo, entonces presidente de la República, porque ambos deseaban sentarse a mi lado. Era yo tan joven, solamente tenía quince años, mientras tú ya rondabas los cincuenta en 1844. No fue bien visto ese acto, atentaba contras las buenas costumbres, creían muchos.
Tu regalo de bodas para mí, fue una enorme y hermosa hacienda, El Encero, y un palacete en Tacubaya, en la capital.
Tuve momentos maravillosos a tu lado, Antonio. Me complacías sin mesura alguna. Me encantaba organizar fiestas, lo hacía muy a menudo, como era joven, tus conflictos políticos o el dinero invertido en aquéllas celebraciones poco me importaba.
¿Recuerdas mi gusto por la ópera, Antonio? Era una afición casi como la tuya a las peleas de gallos. Afortunadamente para mi, tú eras tan espléndido conmigo que pude traer a mi cantante predilecta, la alemana Henriette Sontag, quien cantó por primera vez el Himno Nacional. Legado que dejaste a los mexicanos. Mi aporte fue convertir a México en una plataforma importante para impulsar ese arte.
¿Qué me dices del bello cuadro que pintó Juan Cordero de mí? Es una verdadera obra de arte, exquisita en muchos sentidos. Se puede apreciar en la pintura un sillón de ébano cobijado con un dosel de damasco rojo, una consola hermosa del mismo material con un jarrón de fina porcelana encima. Toda la decoración a gusto mío, al igual que mi hermoso y elegante vestido, el tocado que usé en esa ocasión, las joyas que en el cuadro se pueden apreciar, los guantes de fina piel…
Vivía como alguien de la realeza, siempre que pudiste fuiste un hombre muy dadivoso.
¿Sabes Antonio? Nunca me preocupó la gente con la que te relacionabas, siempre estuve consciente y acepté tu espíritu libre y aventurero. A parte, a mi no me faltaba nada, ¡Nada!
Ay querido, cuando una es joven piensa, tontamente, que todo se quedará estático, pero con el tiempo, nos vemos obligados a darnos cuenta que la vida es un constante cambio.
¡Qué pálido que estás, Antonio!
Yo cuidé de ti y siempre te acompañé como cuando lo de tu pierna, ¿Recuerdas? El vulgo, por odio, profanó ese miembro al cual le hiciste un sublime funeral, que no es ni la mitad en lo que reposas ahora…
Mi amor te lo entregué y demostré en diversas maneras y del modo en que me fue posible. ¡Hasta pagué gran parte de tus deudas!
Te acompañé en la riqueza y en el exilio cada día de mi vida, cuidando de ti, siempre.
Me llamaban “La flor de México” por las razones que ya sabemos, era una buena mujer, muy bella dicen algunos, pero mi defecto y frustración más grande en la vida fue que jamás pude darte hijos, jamás pude ser madre. ¡Ay Antonio! ¡Éstas lágrimas que me cortan la voz!
Gracias a mí el presidente Lerdo de Tejada nos permitió regresar a nuestra amada Patria. Tuve que usar el recurso, del gusto que nos unía a la soprano Henriette, a quien él también admiraba y por la cual lloramos mares tras su muerte en nuestro país, víctima del cólera.
Estabas en casa a últimas fechas pero tu desgaste físico y mental te impedía estar a mi lado, llegué al punto de contratar a gente para que te adularan, como te gustaba Antonio, para que tu ánimo no decayera, para que sintieras que te necesitaban. Ahora me arrepiento de haberlo hecho, mi comportamiento contribuyó en gran medida a alentar tus alucinaciones y las decisiones que tomaste en éstos últimos meses. ¡Sí Antonio, con Juárez y Maximiliano!
Intercedí, chantajeando a tu hijo Manuel, para que respondiera tus cartas y también le pedí que dejara de enviarte puros de La Haban porque te hacían mal debido a tu estado de salud y porque el doctor te lo había prohibido.
No ahondaré, y menos ahora, en tu último testamento en le que me llamas “ramera” por mi supuesta infidelidad… ¡Ay Antonio, yo te di mi vida entera!
Cuide de ti hasta el día de hoy, Antonio, mi amor. Mi destino es incierto, me dejaste en la ruina, en la que ya vivíamos.
No soy la primera ni la última mujer que aprende de la vida en forma tardía, tal vez. Pero, ¿Quién mejor que tu para entender de errores humanos Antonio?
Si de nosotros algo deben aprender las personas del presente y del futuro es, que un hombre en el poder carga en sus hombros una gran responsabilidad con su pueblo, con el exterior y con él mismo. Que la mujer que esté a su lado debe ocuparse también de esos asuntos y también de mantener el bienestar de su compañero en todos y cada uno de los ámbitos.
Ojalá aprendan que el trabajo honesto en equipo, es la clave para la realización.
Y para las mujeres, que no deben ser indiferentes ante el dolor y los problemas de los demás. Ustedes también pueden pensar y ayudar, no hay mejor asesora que una esposa que conoce bien al hombre que la acompaña en la vida. No hay mejor mujer que la que sabe las necesidades de su pueblo y hace algo para ocuparse de ellas.
Adiós Antonio, te alcanzaré en la eternidad cuando haya saldado todas mis cuentas con la vida, como ya lo hiciste tu.
@DoloresTosta.
Agradezco a Bertha Hernández por la bibliografía recomendada.