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Somos un grupo de personas, (dando voz a un selecto grupo) los cuales inspirados en los personajes más grandes de nuestra historia, vamos a externar opiniones de este presente que duele, pero que estamos seguros puede mejorar. El objetivo general lo dice el nombre de nuestro blog: CONSPIRAR. Pero será una conspiración del siglo XXI, una conspiración que no se geste en la oscuridad ni bajo el secreto necesario. Lejos de mantener nuestro trabajo oculto, estará visible ante todo el mundo, al alcance de un clic. Daremos un sentido positivo a nuestra conspiración, porque esa es la única manera de poder cambiar; proponer y no sólo quejarse. De ese objetivo general se irán desprendiendo varios objetivos específicos, entre los cuales el hilo conductor será un vigoroso amor a la historia.

domingo, 22 de enero de 2012

El amor a la patria en tiempos difíciles

Me dice el querido don Benito Juárez que el tema de esta semana es “el amor a la patria”. Entrecomillo la expresión porque de eso, en este país, sabemos un rato, y el uso y defensa del amor a la patria ha dado para escribir páginas y páginas del pasado mexicano. En nombre del amor a una patria nueva, con identidad y con derecho a regir sus destinos,  se hizo la independencia, pero en nombre del amor a la patria, a continuación, siguió medio siglo de broncas políticas, traiciones y fandangos, algunos verdaderamente lamentables. De pena ajena, pues.

Pero en ese mismo periodo, la primera mitad del siglo XIX, en condiciones tan terribles como la pobreza, la inestabilidad política, las ambiciones desatadas, el “amor a la patria” encuentra su expresión en esos novohispanos convertidos en mexicanos, que trabajaban como representantes diplomáticos, a sabiendas de su debilidad, de su escasez de recursos, enviados al extranjero a renegociar adeudos, a pelear reconocimientos, a dar cuenta de la existencia de un nuevo país que exigía su derecho a formar parte de eso que a los solemnes les gusta llamar “el concierto de las naciones”.

Con tenacidad, con angustia contenida, seguramente, pero con mucha dignidad, en ese accidentado debut de México como nación independiente, algunos ciudadanos se empeñaban en construir, de la mejor manera posible, el andamiaje del nuevo país. En aquellos días se vivía como trepado en una eterna montaña rusa: no se sabía, bien a bien, si el día de mañana el general fulano o el diputado perengano no entrarían en conspiraciones o pronunciamientos. Contrapuestos a esa tendencia a esperar lo peor de cierta clase de personajes, otros, unos cuantos, un puñado apenas, que había tenido la suerte de recibir educación, se esforzaba en convertir  al viejo virreinato en algo nuevo y sólido. Y estos hombres se movían impulsados, aquí sí, por puro “amor a la patria”, sabedores, a los quince minutos de haber iniciado el partido, que muchos de sus trabajos rendirían escasos frutos y, muy probablemente, nadie se los reconocería.

Andando los años, fue muy claro que este asunto del “amor a la patria” se erigió en una de las mejores justificaciones históricas; un gran invento intelectual.  Las tensiones entre monárquicos y republicanos, entre federalistas y centralistas, entre liberales y conservadores, se explican, paradójicamente, por la misma razón: el amor a la patria. Unos y otros alegaron –como alegan hoy los representantes de nuestros esperpénticos partidos políticos-  que todas sus acciones son movidas por un profundo e intenso amor a la patria. Verdad es que, en los últimos siglos, encontramos maneras muy… digamos… peculiares de expresar el amor a la patria.

Ejemplos sobran en nuestra historia. Por amor a la patria,  en el fragor de la guerra de Reforma, teníamos dos presidentes de la República al mismo tiempo: Félix Zuloaga, del bando conservador, y el bueno de don Benito, por el lado liberal. Por amor a la patria, Maximiliano invirtió un tiempo inusitado en escribir su complejísimo ceremonial de la corte imperial mexicana, ilusionado por encabezar a un país que, le habían contado, le esperaba anhelante para forjar una nueva era de paz, felicidad y prosperidad. Él, por ingenuidad política, porque le urgía el dinero del sueldo, por presiones de su augusta esposa que no se resignaba a no gobernar, se arropó en el amor a la patria y se lanzó a la aventura mexicana con los resultados que ya conocemos. Ah, también por amor a la patria se echó un discursito muy mono en el Cerro de las Campanas, esperando que su sangre fuera la última que se derramara en aquella guerra que llamó fratricida. Por añadidura, también don Benito Juárez se arropó en el amor a la patria para mandar a Max al paredón.

Por amor a la patria, Porfirio Díaz, en sus días de chinacote, se aplicó a defender los principios de sufragio efectivo y no reelección. También por amor a la patria, don Pancho Madero se aplicó, unas cuantas décadas más tarde, a resucitar esos asuntos del sufragio efectivo y a presionar de tal manera, que don Porfirio optó, también por amor a la patria, por renunciar a la Presidencia en la que se había convertido en un “káiser mexicano” y se fue a bienmorir a París. Y no obstante el carácter doliente pero digno de su exilio europeo, siempre sostuvo que todas sus acciones habían nacido de su profundo amor a la patria.

Vino la Revolución y nos revolucionó, pero la premisa de uso flexible del amor a la patria no cambió: caudillos, caudillitos y caudillejos cometieron traiciones, se dieron agarrones, se cambiaron de bando y autorizaron unos cuantos asesinatos sonados… todo por amor a la patria. “Ni que la patria fuera la Coatlicue con rostro de calavera”, opinará un desencantado.
Por eso, muchas veces al día, desconfío de quienes venden buenos discursos impregnados de un perfume que, me cuentan, tienden a llamar “amor a la patria”. Me encuentro con que la expresión es aún más etérea de lo que imaginamos.

Prefiero pensar que esta peculiar variante del amor se da en función de lo grande o pequeño que sea el territorio que cuidamos y defendemos y que solemos llamar patria. A veces es una casa, a veces es un pueblo, a veces un puñado de seres queridos, a veces un empleo que nos permite hacer cosas buenas por nuestros semejantes, así sean 5 mil cristianos o 5 o 50 millones.  Cuán flexible es la patria que admite que la llevemos de un lado para otro, como justificante de nuestras ambiciones y ocurrencias, y cuán generosa es, que en ella caben todos nuestros conceptos de patria y de amor a ella.

Pienso que el amor a esa patria se ejerce en muchas escalas y con distintos ritmos aún en este agitado siglo XXI. Y tiene los mismos aspectos criticables que hace 150 años, y tiene los mismos aspectos emocionados y hasta heroicos que encontramos en algunas páginas excelentes de nuestro pasado. Pero en estos tiempos tan desencantados, donde las grandes cruzadas por la patria escasean, y más bien cada uno, en su trinchera, se dedica a hacer las cosas lo mejor que se puede y así, cada jornada, salvar un poquito a la patria, todavía hay peleas que dar, espacios qué defender, libros y blogs qué escribir. 

La suma de esos pequeños o grandes tesoros se llama “Patria”, y esa es la patria que, en estos tiempos, a ratos tan oscuros, defendemos. Ya lo dijo José Emilio Pacheco, en esa espléndida obra que es el poema “Alta Traición”:

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto 
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

                                                                                          @BerthaHistoria

3 comentarios:

  1. Sin duda excelente.

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  2. Estupendo artículo. Es cierto; en nombre del amor a la patria se ha cometido cada barbaridad... Yo, por mi parte, no amé mi patria sino hasta que me hice a la idea de no hacerlo por obligación. Fue desde ahí, también, cuando me puse a estudiar historia de México.

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    1. hola creo que la patria es como una madre nunca se debe olvidar es ese pedazo de tierra el que ves x primera ves es el sentirse orgulloso de ser parte de ella y creo que es una ingratitud dejarla en tiempos dificiles creo traicion que las mujeres se alejen de ella para parir en tierras extranjeras ¿que acaso ven tan poca cosa su pais?

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